jueves, 20 de octubre de 2016

Día de muertos.


   Para caminar es bonito primero volar
lo malo que a veces te caes y te lastimas tan fuerte
entonces hacerlo con seguridad cuesta la vida entera.


Era la noche, rutina de todos los días, aquel Otoño Bartolo el “Ayayay” Se hacía la pregunta mental de ¿Qué objeto tiene una vida así? Tan sin motivos y sin la vida misma tomó rumbo al centro de la ciudad de México, músico integrante de un trio (del cuál también era el caimán), sus pasos pintaban todo de gris por las calles que caminaba, él rumbo era definido como siempre, si, para ganarse la vida pero ya se le había perdido esa chispa que al encender detona en colores y proyectos, muy apunto de que su vida pasara de un gris opaco a un oscuro casi negro nunca dejo de ser un buen padre y un regular esposo, eran días de escaso trabajo en la plaza Garibaldi, a veces hueseaban en los restaurantes de comida china de la calle de Tacuba ¿A ver si el Caíto no llega tarde?
En sincronía con Carlos “Caíto” el tresillo del grupo, oriundo del Estado de México, de uno cincuenta y cinco de estatura tomaba un colectivo al metro de la línea ”A” para llegar a la cita de todos los días en Garibaldi.
El compositor del grupo Paco “el Checumbele” jarocho, admirador de Benny Moré y segunda guitarra vive en la calle de Donceles en una vecindad de renta congelada habitando un cuartito de tres por cuatro donde un colchón infestado de chinches, dos sillas de madera y un anafre reinaban esa vida medio llena y medio vacía.
La esquina en la calle de Tacuba y avenida eje central siempre tan monótona para los músicos esa noche parecía todavía mas abandonada, el Ayayay fielmente esperaba guitarra en mano envuelta en una funda de terciopelo negro, siempre era el primero en llegar.

Casi siempre Caíto llegaba después, por lo regular poniendo un pretexto de cualquier cosa, el chiste era justificar esa maña de llegar siempre tarde, el Checumbele habitualmente llegaba veinte minutos retrasado, en muchas ocasiones Caíto y el Ayayay tenían que ir a buscarlo a la vecindad con los pasos aprisa llenos de “si, no fuera trío ya lo hubiéramos mandado a la fregada” nunca lo hacían, era buen guitarrista de acompañamiento y aligeraba la noche con su relajo jarocho.
El Ayayay los recibía con una tibia sonrisa dibujada casi en la banqueta, Caíto siempre sonriente llegaba saludando muy cordial y con muy buen ánimo, era quien rescataba un poco la buena vibra, la actitud venia de parte del Checumbele aunque tras esas energías siempre se quedaban entre la mitad y el fin de sus escasos mundos ocultos llenos de vacíos, vidas huecas a punto de romperse por la frustración e impotencia de lo medio material y después por ese factor humano que hace implosión en los límites del colapso y el ya merito de aquellos jornadas del Otoño donde tanto los días como las medias noches son de atmosferas un poco simples y con ese murmullo de nuestros adentros que nos guía para no perder una vida entera arrastrando las de nuestros íntimos y nosotros .

Tres historias distintas venidas a menos con un final que en estas fechas parece indigno y que de las riendas de la vida misma, romperán el tiempo de su existencia.


Vida
La oxidada pistola Pietro Veretta calibre veinticinco caía lentamente sobre el taburete de madera semi podrida en la habitación de Paco el Checumbele, el arma se la había encontrado una noche después de una serenata muy cerca de Tacuba.
Simplemente se encasquilló al momento que el guitarrista del trio “Los tres” se intentó dar un tiro en la boca, tuvo que ir a Tepito a conseguir los tiros pero nunca la disparó hasta ese momento.
Su situación nunca fue fácil, no era un tipo de andar dando y acabando, el, concreto y realista, tanto que descubrió a su mujer con otro hombre y abandonó la costa de Veracruz desecho y lleno de dolor, antes de eso su cosecha de maíz se perdió por completo en aquella inundación donde no le quedó mas que la tierra y la palma de las manos.

Era un Domingo cuando el veracruzano llegó a la terminal del ADO, guitarra en mano busco el sitio que todos tenemos en la capital y no lo encontró, después de caminar y caminar por las calles de la ciudad y dormir en la calle varias noches de mucho frío del mes de Febrero.
Por algunos días se presentó ante el publico del metro en cuanta línea le permitiera ganar para un taco, días después conoció a varios ambulantes que le sugirieron rentar un cuartito en el centro histórico, el líder de los ambulantes de la línea dos por motivos de política le pidió amablemente que ya no cantara mas por ahí, ya con el suficiente dinero para rentar un mes en la calle Donceles y con algunos pesos extras para medio comer, descubrió que no tenia cama ,ni agua potable, se sentó en una de las esquinas y se durmió toda la tarde y a media noche caminó hacia la plaza Garibaldi, casi al llegar a la calle Tacuba y eje central dos tipos lo abordaron intentándole quitar la guitarra, lo golpearon muy fuerte y el protegía mas que su integridad física a su instrumento, fue ahí donde conoció al Ayayay quien venia en una camioneta Chevrolet de esas de funeraria adaptada para mariachis, que al ver a un compañero en desgracia decidieron defenderlo, bien lo recuerda el Ayayay cuando el copiloto de la camioneta le gritó al que venia manejando.
¡Párate wey, están atracando a ese compa, le quieren quitar su guitarra!
Se bajaron todos los mariachis y enfrentaron a sombrerazos y gritos a los ladrones, impidieron el asalto, recogieron al amigo en desgracia ensangrentado y con un ojo morado.
Parate carnal ¿Estas bien?
El Checumbele respondió.
Si, gracias, ni dinero traigo, querían la guitarra.

La casa estaba como todos los días, de todos modos el Ayayay seguía sentado en el sofá de la casi sala en la casi estancia, la mujer y los hijos estaban en el mercado haciendo milagros con lo que la pobreza nos pone de prueba, el miembro guitarrero de un grupo de mariachis de quinta en Garibaldi Se levantó del sofá muy a la fuerza y se preparó para ir a trabajar la noche, si bien le iba dando serenatas y mal tocándole a borrachos en los bares de ahí cerca.
Aunque sentía cariño y respeto por todos los músicos, no le agradaba del todo pertenecer a un grupo de mariachis y mucho meno ser sólo guitarra de acompañamiento, en realidad le apasionaba formar y ser parte de un trío, era esa una de las razones de seguir vivo, la otra razón era su familia, aunque ese cariño se había resquebrajado con los años, la falta de comunicación y según el, la indiferencia y poco interés de los suyos a su profesión a veces hasta llegó a pensar que se avergonzaban de el, esa noche había un acuerdo de ir a tocar a una boda y después regresar a Garibaldi por si caía algo mas y sacar un poco de pesos extras y hacerle la vida mas llevadera a su familia.
Esa noche de regreso sobre eje central vieron un atraco en progreso a un colega, la rata le quería quitar su guitarra y el la defendía como a su vida, eso les hizo ir a tratar de ayudarlo.
Eran las cinco de la mañana y Caíto salía de su casa en Cd. Neza a tocar en bares de Los Reyes la paz y Chimalhuacán, de cantina en cantina el buen Caíto se ganaba unos pesos para comprar un kilo de tortillas y una lata de sardinas, ya luego las comía en cualquier parque o esquina, pasó la tarde noche dormido en la inmundicia de su vivienda, aburrido decidió ir a Garibaldi a escuchar de lejecitos a los músicos e imaginarse pertenecer a un grupo.
En el eje central vio una escena bastante singular, un grupo de mariachis hacían frente a dos maleantes que  segundos antes intentaban robar a un tipo su guitarra, corrió para auxiliar al individuo en desgracia.

Eran tres miserables vidas deseando la muerte de una manera hipócrita sin temor a equivocarse y con mucho mas dudas que lógicas, Tres muertes a medias, huecas sin mayor estímulo que el de la misma muerte. 









Muerte 
Esa tarde todo era absolutamente aburrido, sin contrataciones y sin expectativas de conseguir serenatas, “Los tres “ platican de la vida mientras que un extraño trajeado se les acercó como la bruma,  como cuando la neblina aparece de repente por las calles de Xalapa, como cuando el mar de fondo baña el Pacífico, apareció de la nada y se aproximó a ellos con mucha seriedad y solemnidad, les preguntó. 
¿Son ustedes el trío “Los Tres “? Me los recomendó alguien y vengo a contratarlos para hoy en la noche.
Los Tres quedaron un poco sorprendidos, en primera porque nadie los había recomendado nunca,  segunda, esa semana el trabajo había estado muy flojo y tercera, eran un trío mediocre que no estaban acostumbrados a elogios aunque sea de alguien tan parco como el  individuo que los estaba contratarlos 
El Ayayay como portavoz de Los Tres y su caimán, fue el encargado tímidamente de responder a tal contratación. 
Si, como no, la quiere por canción o por hora la serenata. 
El desconocido respondió de una forma bastante clara
No es una serenata, es una fiesta, quisiera que amenizarán y ya, les doy la dirección  y algunas indicaciones, una de ellas y la más importante, es que no hablen con nadie de los invitados y anfitriones, si quieren algo, lo que sea diríjanse a mi,  solo a mi,  yo me haré cargo de todo, les voy a pagar por adelantado una parte y al terminar recibirán el resto,  todas las canciones serán a petición de los invitados y les repito “No pueden ustedes hablar con ellos”
Dio la media vuelta y en una hoja de papel bond blanca les dejo :
Ricardo Fernán Daza, anfitrión 
Calle, Ferrocarriles nacionales de México, número 77 bis a una cuadra de Av. México – Tacuba,  cerca del metro Tacuba colonia Clavería. 
Diez de la noche,  sean puntuales por favor. 
También les dejo enrollados ocho billetes de $500 pesos como adelanto, Los Tres vieron como el individuo se desvaneció en el rumor de la afinación de varios instrumentos a lo ancho de la plaza Garibaldi. 
Emocionados, apenas y tuvieron tiempo de medio arreglarse, aunque aparentemente siempre estaban listos para las serenatas nunca habrían imaginado un evento así,  amenizar ellos tres una fiesta buena parte de la noche. 
Entraron al baño de una fonda del lugar y se miraron los tres al espejo donde sus reflejos se veían con ese golpe de realidad que sólo la luz de tarde noche les podría dar. 
Caíto incrédulo y bastante pesimista empezó a dar patadas de mediocridad, oye, le preguntó al Ayayay 
¿Nunca quedaste en cuanto amenizaríamos la velada, y si nos tienen ahí hasta la madrugada? 
El Ayayay le respondió. 
No seas cabrón Caíto, tan solo el adelanto es más de lo que nos hemos ganado esta semana, ya lo demás será ganancia ¿No lo crees? 
El Checumbele siempre reflexivo agregó. 
No se les olvide que no podemos hablar con nadie,  eso para mi es bastante ya que estoy harto de por lo menos estos días  lidiar con borrachos impertinentes y gente prepotente. 
Decidieron abordar el metro a las nueve en punto para estar en el lugar algunos minutos antes. 
En pocos minutos estaban en la estación del metro Tacuba caminando hacia la calle de Ferrocarriles nacionales de México con la calle Mar del Norte, ya en la esquina con muchos minutos de anticipación el trío dibujaba una silueta obra de un viejo farol que parecía de los años cuarentas, la calle común y corriente parecía ser muy tranquila,  algunos vecinos llegaban y otros salían de sus viviendas, poca gente por la banqueta y si un gris más por lo oscuro de la noche y la escasa iluminación pública, también había una vía de tren en desuso, Los Tres esperaron pacientemente, el Ayayay empezó a fumar, Caíto afinada se tresillo y el Checumbele parecía más retraído mirando a la puerta de aquella calle de Ferrocarriles número 77 bis, justo al cinco para las diez se asomo el desconocido desde la puerta y con una señal de su mano derecha les ordenó acercarse, el Checumbele que no dejaba de mirar hacia la casa, les advirtió a los tres y les dijo. 
Órale,  ya estuvo, nos está llamando, necesitamos ser puntuales. 
El Ayayay apagó su cigarro y Caíto se armó de su tresillo, caminaron unos metros y llegaron con unos segundos de anticipación a las diez de la noche, el desconocido que los contrató lucia el mismo traje y la misma expresión desentonada pero muy impositiva y muy seria, sin decir palabra, les abrió la puerta y les dio  la espalda,  caminó  algunos pasos, volteó y los miro y con la misma manos les hizo la señal de vengan, es por aquí, Los Tres lo siguieron por un pequeño jardín hasta llegar a un corredor de entrada a la estancia, era una vivienda mediana por fuera pero por dentro la estancia era muy espaciosa, más o menos de diez por doce metros, decorada de tres sofás grandes y algunas sillas de madera muy bien trabajadas pero algo viejas, había aproximadamente unas treinta personas totalmente desconocidas y algunas de ellas de espaldas.  El anfitrión que los contrató  les busco un lugar para que amenizaran. 
Les repito, por favor no hablen con nadie, las personas me irán diciendo sus peticiones y yo se las haré saber a ustedes, aquí está su resto del pago y espero sea suficiente,  tal vez acabe la fiesta muy entrada la madrugada, supongo que no tendrán problemas para encontrar transporte al amanecer, en unos minutos les daré una indicación para que inicien la música,  empiecen con “Ya no estás” de Álvaro Carrillo.
El lugar para tocar era una casi esquina de la gran estancia, Los Tres esperaron la señal para empezar a tocar. 
Fue una mirada profunda y Los músicos, Los Tres tomaron aire, todo fue muy rápido, el desconocido anfitrión levantó la mano izquierda y con el dedo índice señaló la improvisada pista de baile, el trío empezó a tocar y la gente de inmediato se levantó a bailar. 
Lo músicos vestidos de saco con pantalones no coordinados de tela de diferente color, con ropa limpia pero vieja desentonaban un poco con los in invitados que vestidos elegantemente casi todos  en color de tonos grises.
Las damas vestidas de sastre en coordinados más parecidos a Chanel de los años cincuenta, Los hombres de traje y corbata, las parejas en su mayoría jóvenes y solo algunos invitados daban la apariencia de madurez, rostros alegres y con un murmullo inaudible siempre entre canción y canción, al paso de la noche el cansancio parecía ser solo de los músicos quienes llenos de sudor y sorprendidos de que los invitados estaban como si nada, a veces se hacían pausas de uno o dos minutos mientras el anfitrión recibía peticiones de los invitados siempre secreteando, el se acercaba e informaba a los músicos de cual canción tendrían que tocar en seguida, a media noche el anfitrión les dejo una mesita circular y sobre de ella una botella de tequila. 
Sírvanse señores pero moderadamente para  que aguanten la noche, al rato les traigo café,  en una hora tendrán un tiempo para descansar pero creo que tendrán que seguir hasta entrada la mañana, ya ahí,  les daré una propina extra. 
Tocaron canciones y canciones, boleros y boleros, algunos sones, guapangos adaptados al trío, Los Tres un poco cansados pero muy satisfechos ya que a ellos les dijeron a tocar y seguían tocando. 
La media noche llego y acabaron de interpretar “El Jibarito”, el anfitrión se acercó y les cumplió lo prometido. 
Señores, pueden si lo desean descansar un rato, ahora mismo les traigo café y galletas,  recuerden que no pueden hablar con los invitados, sírvanse a su gusto y si quieren algo, lo que sea, diríjanse a mi. 
El Checumbele se sentó  en una vieja silla de madera y se quitó el saco, Caíto no paraba de afinar su tresillo y el Ayayay le daba un golpe de garganta a una copa de tequila, tomaron café cargado y un poco de agua, después de unos minutos el anfitrión se acercó y les preguntó que otra cosa se les ofrecía, el Ayayay y Caíto le pidieron permiso para utilizar el sanitario, les indicó el clásico “al fondo a la derecha”,  una vez incorporados, un poco descansados casi al punto de las doce cuarenta de la media noche, el desconocido anfitrión se les dirigió a Los Tres con algunas palabras. 
Esta vez si gustan pueden tocar algunas canciones repetidas, si hay alguna petición se las haré saber, cada año en estas fechas doy esta fiesta en honor de todos mis invitados para recordarlos todo el año con gusto. 
El Ayayay le pregunto a modo de comentario. 
A veces no tiene uno oportunidad de ver a las personas apreciadas o queridas y esta reunión es supongo ¿Un buen pretexto para reconocerles su amistad? 
El desconocido lo miró a los ojos y le contesto de una manera muy propia. 
Representan muchas cosas, a lo largo del año los recuerdo y los venero, todos ellos significan algo,  uno nunca sabe hasta cuando estaremos en este mundo,  entonces la mejor forma de entender la muerte es vivir muy bien la vida… 
Los Tres quedaron con esa expresión de reflexión un tanto vagabunda en sus adentros y de re ojo miraban como algunos invitados recogían sus abrigos y se disponían a abandonar la fiesta, al mismo tiempo otras personas eran recibidas por el anfitrión e invitadas a integrarse. 
Empezaron con un popurrí de viejas canciones de diferentes autores, al cabo de dos horas los festejados que se quedaron y los que fueron llegando después de media noche, se notaban muy divertidos, de vez en vez el misterioso anfitrión hacia uso de la palabra con Los Tres y les pedía alguna canción a gusto de los invitados, siempre fueron complacidos ya que los músicos tenían un repertorio muy bien estructurado y extenso,  aquellas horas de ensayos estaban rindiendo su fruto,  nunca antes les habían pedido ciertas canciones que ellos ensayaban por puro placer, melodías viejas ya fuera un poco del gusto de los jóvenes y a veces desconocidas, curiosamente en esa fiesta todas y cada una de esas piezas musicales fueron pedidas. 
Algo que a Los Tres se les  hizo muy extraño fue que entre las dos y media de la madrugada se acercó el anfitrión y pidió una canción original, el Ayayay se vio reflejado en sus ojos y miró fijamente al Checumbele que era el compositor del trío y el mismo le contestó con una mirada de ¡Claro, es la oportunidad que estaba esperando! En un minuto les hizo conocer el tono y el ritmo, de la letra me encargo yo, les iré marcando los tiempos con la mirada, ustedes síganme. 
La canción era buena, un tanto auto biográfica y de cortarse las venas pero le imprimieron un ritmo alegre.
Los Tres tocaban su primer canción original que compuso el Checumbele, al hacerlo se relajaron y soltaron un poco esa alegría que traían muy escondida, simplemente el Checumbele no lo podía creer, hasta pensó primero ver a una tía hermana de su padre que crió unos años  de su infancia hasta que desafortunadamente falleció de un cáncer terminal,  ella siempre fue muy cariñosa con el y por eso siempre la recordaba con gusto, unos  segundos después solo creyó  haberla confundido con una mujer joven que bailaba con un caballero de pantalón beige y una camisa azul, cada milésima de segundo que el miraba a la gente para observar su reacción para con su canción, se le hacía más parecida la invitada a su tía, siempre tuvo muy presente esa sonrisa donde su tía movía su cabeza ligeramente hacia atrás y su cabello lacio negro se balanceaba, esa mirada de paz y de cariño nunca la pudo olvidar, fue cuando la mirada del Checumbele se perdió en la sonrisa de la invitada, no sólo era idéntica a la de su tía sino que en realidad era su tía fallecida quien bailaba con un desconocido y lo estaba dejando frío. 
Caíto, Siempre extrañaba a su abuelo paterno, el le enseño a tocar el tresillo, lamentablemente falleció a una edad madura en una trifulca de cantina, una bala pérdida le quitó la vida a su abuelo y el quedo con muchas ganas de que el señor lo viera tocar ante un público. 
El músico seguía con naturalidad los acordes y la letra del Checumbele, fue el instante en que más a gusto se sintió esa velada, dejó un poco la concentración en sus acordes y miró a su público bailando al son de esa canción original, de entre la gente al fondo un hombre de unos cincuenta y cinco años lo miraba con una muy franca sonrisa, en ese caso, lo reconoció al instante, era su abuelo viéndolo tocar ante un público, sus lágrimas empezaron a emanar de unos ojos irritados de tanto desvelo, el hombre platicaba con otras personas y miraba con orgullo a Caíto. 
El Ayayay siempre estuvo enamorado platónica mente de una vecina veinte años mayor que el,  ella siempre al ver al niño jugando canicas en la calle de aquel barrio le decía “hey Bartolo, mi novio” el niño se sentía soñado y nunca más volvió a sentirse así, eran las sensaciones y momentos que añoraba, que con su familia no tenía y que resignado creía jamás volver a tenerlos, ella con un vestido rojo, bailaba en el centro de la estancia, rubia de cabello a los hombros y de carácter singularmente alegre, bailaba al son de los acordes de Bartolo el Ayayay, el pensó que era un buen recuerdo, al principio recordó como ella lo tomaba de la mano esa última vez antes del accidente donde ella falleció al regresar de trabajar en el centro de la ciudad, sus últimas palabras para el fueron “regreso al rato, te traeré chocolates” jamás la volvió a ver con vida hasta esa noche, que en un principio no sabía si la confundía o la reconocía, ella bailaba la canción original del Checumbele y le sonreía a su pareja de baile igual que lo hacía con el de niño, el Ayayay pasó de la sorpresa al gusto y de nostalgia al miedo,  estaba  viendo bailar a su amor platónico de niño y el estaba tocando la música, a mitad de la canción Los Tres empezaron a cruzar las mismas miradas,  cada quien exploraba su lado interno,  a su recuerdo,  al amor y al abandono, a las ausencias,  para ese momento esporádicamente ya no sabían si era realidad o desvarío, el trío estaban experimentado una vivencia divinamente sobre natural. 
No solo un músico, Los Tres veían su propia realidad de su respectivo pasado, no era coincidencia.
Casi al terminar la canción Los Tres se miraban con los ojos pelones entre ellos, se comunicaban de una manera como advirtiendo algo, como si pasaran cosas, experiencias extraordinarias desde la perspectiva y óptica de cada uno, temerosamente el Checumbele anunció a sus amigos con unas notas de su guitarra el final de la canción, mientras esos segundos seguían siendo totalmente mágicos para ellos,  sus respectivos seres queridos no los miraban,  solamente disfrutaban y bailaban su música, a unos instantes de la última nota el miedo era menos y cierto grado de paz invadía a Los Tres, esa misma paz que les transmitían sus muertos, al terminar la melodía cada quien miró a sus difuntos, esos que bailaron su música y en un impulso involuntario el Ayayay esbozó un recuerdo, el de su amor platónico de la infancia, casi sin aliento pronunció muy despacito su nombre buscando sus ojos. 
Laura. 
Ella volteó, lo miró con cierta alegría y picardía,  parecía reconocerlo aunque el ya no era un niño y ahí paso todo. 
Sintieron  un ligero mareo, un desmayo repentino Los Tres y todo se desvaneció. 



Regreso 
El ex valle de Texcoco es el lecho seco de un gran lago, llamado del mismo nombre, muy cerca de la laguneta artificial “Nabor Carrillo” a las ocho de la mañana Caíto yacía desmayado en un claro salitroso y seco lleno de cuarteaduras en la tierra, sus ropas estaban desgarradas y le faltaba el zapato izquierdo, el sol le tocaba el rostro ya hacia varios minutos,  algunas moscas panteoneras rondaban por su resuello agrio de desvelo.

El parque de los Dínamos al Sur Poniente de la ciudad de México es una extensión de bosque llena de cañadas y en algunos puntos es casi inaccesible. 
El Ayayay boca abajo con las ropas hechas hilo estaba rodeado de gente, personas que habitualmente salen todas las mañanas a correr por ese paraje,  Los teléfonos celulares no paraban de sonar y de ser utilizados. 
un hombre de unos cuarenta y tantos, con las ropas hechas trizas y sin calzado. 
Era lo que repetía ya por segunda vez una señorita que un tanto nerviosa le indicaba al parecer a protección civil o la Cruz roja. 
Si, parece que respira,  no se ve golpeado ni mal herido.
Respondía otra persona que lo miraba al rostro tal vez tratándolo de reconocer, el Ayayay yacía arriba de su guitarra intacta, solo que está no se veía muy bien. 
Caíto, se levantó de a pedacitos, no podía creer lo poco que recordaba, al cabo de algunos minutos logró sentarse en cuclillas y descubrió a unos metros de el su tresillo totalmente intacto, medio arrastrándose por la debilidad fue por el, a cada momento se recordaba lo sucedido y ya empezaba a preocuparse por sus amigos que no los veía cerca. 
¿Y el Ayayay, y el Checumbele?

En lo más alto del Ajusco, a la salida a Cuernavaca, donde a veces por la temporada de Diciembre y Enero cae nieve, estaba el Checumbele medio colgado de una rama de un gran Oyamel  y su guitarra abajo, como si alguien la hubiera colocado recargada al pie del árbol, valla pues, casi a punto de fotografía, el jarocho estaba más sorprendido por el lugar donde amaneció que por el lugar donde yacían sus recuerdos de la noche y madrugada pasadas, intentó incorporarse pero sus pies no tocaban más que aire, también sus ropas estaban hechas estambre y el si tenía puestos sus zapatos pero sin una agujeta, empezó a tomar decisiones de como bajar de esos aproximadamente cinco metros de altura, descubrió que podía balancearse y llegar hasta otra rama menor y de ahí sería solo un salto de unos dos metros y así lo hizo. 
Caíto como pudo, tresillo en mano camino por la autopista a Texcoco rumbo al Bordo de Xochiaca,  conocía de pasada la zona y sabía que llegaría a casa por ahí,  su aspecto era terrible, sin heridas ni lesiones solo con un mareo constante que quitaría un muy buen baño que ya añoraba, un trailero que lo vio metros antes y llevaba el mismo rumbo se le empareja y le dijo. 
¿Quiubu paisa, todo bien, te llevo?

En la Cruz Roja de la delegación Cuajimalpa el Ayayay daba fe y testimonio del por que apareció  en Los Dínamos en esas circunstancias, tubo que decir una gran mentira ya que la verdad solo se la iban a creer los del trío, después de dos horas y de hacerle todo tipo de preguntas y de exámenes médicos salió a la calle por su propio pie. 
Caíto luego de atravesar todo el Oriente de la ciudad, entro a su casa y se dio una ducha de agua fría que duró un montón de minutos con recuerdos frescos y a la fuerza más rasgados que sus ropas en el bote de la basura. 
Después de tres intentos el Checumbele logró bajar del árbol y poder tomar su guitarra, caminó sin rumbo por lo desconocido del lugar, al final llegó por puro instinto y suerte a la carretera México -  Cuernavaca y la personas lo confundían con algún borrachín, en realidad el no estaba para apariencias ni para poses, lo único que traía en la mente eran los recuerdos y su guitarra en las manos, todo lo demás parecía importarle muy poco. 
El Ayayay regreso a casa con ropa distinta a la cual salió, su mujer y sus hijos ni lo pelaron ya que ese estilo de vida era el que tenía,  salir de tarde y llegar de madrugada o a medio día, era tal su sentimiento que abrazo a los suyos con mucho cariño,  ellos se sorprendieron muy poco y lo rechazaron o simplemente no sintieron nada,  era una familia muy simplona entre ellos y el Ayayay había contribuido con ello así que no podía ni a reclamarse a si mismo.

El Checumbele caminó todo Av. Tlalpan y llegó al centro histórico de la ciudad de México,  entró a su inmunda habitación y se sentó en el viejo colchón donde un día intentó quitarse la vida, sacó la pistola del viejo cajón donde la guardaba y la envolvió en sus ropas rasgados,  todo lo metió en una bolsa y lo tiro a la basura. 
El medio día se movía tan bello por esta ciudad,  el sol se integraba en un cielo azul con nubes gordas llenas de blancos y tonos de grises, la ciudad era más colorida y las personas se disponían a entregar la tarde en bandeja de plata a otro día más. 






Oportunidad
No siempre puedes o tienes una nueva oportunidad de vida, así lo creemos, es cuando llegan cosas materiales o conocemos gente nueva, una nueva forma de empezar todo de nuevo es en el momento en que por fin recuerdas de que forma eras feliz, de los pequeños detalles y las cosas simples, de la felicidad todo el tiempo y claro recordar el momento exacto en que todo se fue, redescubrir el por que de las cosas y el como de las soluciones, la vida en las buenas es bella y cuando todo se sale de control y no nos deja seguir disfrutando lo tomamos como algo malo y nosotros mismos le damos el valor a esa energía negativa que nos lleva de la mano por el resto de nuestra vida, no se puede ser tan insensible para no hacer caso a nuestras desgracias, debemos de aceptar nuestra existencia  y estar dispuestos a entender el por qué de ese aprendizaje con los momentos oscuros, ya que cuando disfrutamos de los excesos pasamos muchas cosas por alto y ahí empiezan nuestros problemas sin querer, la vida tiene de todo y nos brinda todos los días la gran oportunidad de aprender de nuestras desventuras para hacer de nuestra vida una mejor forma de ser felices y hacer felices a las personas que amamos. 
Esa nueva opción, oportunidad se asomó dentro de cada uno de los tres, Los músicos que creían conocerse a si mismos difícilmente se conocían entre ellos, no se vieron toda una semana, tampoco se evitaron, simplemente se refugiaron en ellos mismos y descubrieron sus motivos y sus pérdidas, de ahí nacerán sus nuevas fuerzas y su lucha diaria por encontrar esa verdadera felicidad. 
El Ayayay caminaba por la calle con dos bolsas en cada mano, había decidido recomenzar en carpintería, una actividad que hace mucho tiempo le apasionaba inclusive un poco más que la música, llego a casa y adelantó un poco el arreglar la pieza que le serviría de taller, en esa semana disfrutó mucho a su familia, era extraño sentirlo como amigo de sus hijos y el marido del cual su mujer se pudo haber enamorado más, pero se estaban adaptando. 
Caíto buscó a su hijo del cual no sabía nada desde hace diez años atrás, su ex pareja se había ido a vivir a Colima y el músico tomó su tresillo y a punta de raites fue a buscar sus propias raíces, decidido a encontrar a su sangre, tomo camino más seguro que nunca y decidido a pedir perdón y resarcir todo el daño que pudo haber causado se enfrentó a un nuevo camino el cual ya no le daba miedo ni antipatía, tomo la decisión de darse una nueva oportunidad reparando lo que se pudiera. 
El Checumbele regreso a Veracruz, no tenía que huir de un lugar si alguien lo abandonó ya que ese abandono era para el, igual de cruel que el que a él le dieron, un abandono no se paga con otro abandono y menos a la tierra que nos ha dado la libertad de ser y de estar. 
No tenía que perdonar a nadie, ni de pedir perdón, esa paz que llegó tenía que ser parte de él y no de una falsa melancolía con una creatividad que ya no quería que emanara de un mal recuerdo sino que toda esa magia que nos hace ser distintos a los demás se refleje en lo más profundo de nosotros para poder regalar todo lo bueno que nos sobra a quien más falta le haga. 
La idea fue más que simple, trabajar la tierra de Veracruz y componer canciones, formar una familia y algún día volver a ver a los del trío. 
La misma esquina en el eje central y Tacuba esperó paciente algunas semanas para que el trío Los Tres se reunieran, la cita fue temprano, ocho de la mañana y Caíto que siempre era el último en llegar, apareció bajo la bruma de gente que camina a esa hora, el Ayayay llego a escasos minutos y El Checumbele igual, habían hablado brevemente y necesitaban ir al lugar que les cambió la vida, se dirigieron al metro Tacuba, caminaron cincuenta metros de día y quedaron petrificados al buscar el domicilio, la calle Ferrocarriles nacionales de México estaba sin vida, Los Tres quedaron mudos al mirar el domicilio, la casa estaba medio destruida, había pedazos de historias que no encajaban, esos minutos nadie paso por ahí, al parecer la casa tenía algunas décadas de abandono, no hubo manera de preguntar por que no había vecinos cerca,  las vías abandonadas del tren hacían parecer el ambiente un tanto más nostálgico, los músicos se miraron entre ellos y sonrieron, no dijeron nada porque no había mucho que decir con palabras, descubrieron esa mañana que esa experiencia les salvó y les  cambió la vida.

Todos los derechos reservados. 
Inductor. 
Germán Diego. 
México.

Con dedicación especial a mis muertos.

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