domingo, 24 de julio de 2016

Mexicana

Mexicana.
Medio desnuda frente al espejo, disfruta mirar sus grandes senos, naturales, duros, erguidos.
- Y pensar que hay quien se los opera.
En ese instante, dos años después de la separación de su ex pareja estaba sola y su reflejo en el espejo.
También la acompañaban algunas sombras y siluetas de su pasado, de música de fondo se acompañaba de la radio en AM y canciones viejas de los años cincuenta, melodías escuchadas por su abuelos de tantos origenes que resultaría largo acabar.

Las cartas atrasadas no han sido contestadas aún, la dama se toma dos horas y media a la semana de un Sábado o Domingo, tres veces al mes para contestar su correo.
Le gusta, no leerlo directamente de su Iphad e imprime una hoja de los marcados como favoritos de las personas importantes en su vida, la impresión es en papel bond imitación papiro o papel amate.
Cuidadosamente las dobla y las coloca en una caja de Olinalá en laca rosa con blanco y decorada con palomas y colibrís.
Lee desde su balcón, un espacio decorado en caña y mimbre, con plantas florales alrededor y una mesita con base de cristal donde una gran amiga le realizó un pequeño vitral con motivos muy urbanos, diseño clásico, discreto.
Para contestar las misivas, detras de cada hoja, escribe a mano las respuestas y después desde su tableta escribe los correos electrónicos, personales, especiales. En ocasiones y solo en ocasiones especiales, redacta cartas a mano y va a la oficina de correos a enviar una carta del modo tradicional.
Una buena mañana decidió despertar, la cama king size lucia como un oceano blanco y verde aqua, ella tan ella, recostada y de media pierna de fuera escapando de las sabanas con el cabello suelto, impecable, desnuda, solo hacian juego con su cuerpo algunas prendas de Victoria secret colgadas del reposet donde ella veía películas exclusivamente de Cannes y algunas Golden globe.
Hace algunos minutos estaba despierta, con los ojos cerrados adivinaba el reloj de sol que su ventana piso techo dejaba pasar aquel az de luz de la mañana.
Abrió sus ojos y un verde esmeralda escapó lentamente de su mirada curiosa por saber si todo estaba en orden,  la noche anterior había acordado con su mejor amiga y asistente en el trabajo la hora exacta en que seria avisada para alistarse para el trabajo.
Marifer despertó a las cinco treinta de la mañana, preparó el almuerzo para sus dos niños y su esposo, planchó alguna ropa y prendió el televisor para oir, si, oir el noticiero de la mañana, después de ver el estado del tiempo, el tráfico y los deportes, le sonó la alarma para despertar a su jefa y mejor amiga.
Sonó el teléfono, ya eran las siete quince exactamente, ella con un baby doll leía el Excelsior en su antecomedor acompañada del primer café de la mañana.
Contestó.
- Hola.
Marifer medio sonrió y le comento.
- ¿Ya estas levantada verdad? No se porque cada mañana es lo mismo.
Ella contestó divertida.
- Cada llamada que me haces amiga es la confirmación de que te importo.
Marifer perdió su vista en el techo y.
- Si, eres importante para mi y mi familia.

Ella colgó el teléfono, camino nueve pasos y llegó a la tina de ceramica donde ya tenía preparado el baño, se limpió el cuerpo y el cabello no, aún asi esa mañana paso al lado de tantos hombres y los sedujo sin siquiera notarlos.
Caminó algunas calles por Reforma, con lentes rococó de diadema sosteniendo su cabello castaño y un ritmo despampanante en sus pasos y caderas, su vestido blanco Otoño invierno Channel la hacia sentirse tocada por cada mirada de la ciudad, desde luego a ella le encantaba ese manoseo de atención mientras sus pasos altivos y su actitud de diva la hacen visible pero inalcanzable.
Le hizo la parada a un taxi muy a la mexicana como cada mañana de cada día laboral repitió 
-Santa Fe.
Su mente se quedo en blanco y sus ojos en la Diana cazadora y corrigió.
-Perdón, Polanco, Banamex.

Esa mañana tenia una junta importante de trabajo, era una junta tan pero tan importante que le pidió al taxista parar cerca de un puesto de nieves para pedir un helado de chocolate con almendras y mermelada de frambueza. (Doble).
La junta importante terminó como siempre con una victoria e invicta, salió del corporativo con rumbo no definido, tanto asi que terminó en la calle de Madero, camino rumbo al Zócalo y en Donceles dobló para Tacuba, recordó la exposición de Siqueiros en San Ildefonso, entró y se sació de la pintura del muralista mexicano.
Se emparejó a un grupo de visitantes que los instruía un guía, la exposición del experto era muy profesional y divertida por lo cual decidió unirse al grupo.
Al guía le gustaba de vez en cuándo hacer preguntas a su grupo para hacerlos participes del conocimiento.
Ella, vestida para una junta y visitante ocasional del museo aveces respondía un poco raro.
- Osea.
- Osea.
- Osea.
De buenas a primeras escuchó una voz clara, de buen acento, un tanto de buen ritmo y sin pose

- Este cuadro "Fiesta mexicana " pintado a tiza gris, es un reflejo del artista por decirle a cualquier extranjero que los mexicanos no necesitamos pintar colores para demostrar nuestra alegría, solo basta vernos...
Ella se perdió en su voz y en su claridad mental, no lo volteo a ver, disfrutó su voz y la expreción del guía al decirle.
- Muchas gracias, un punto de vista muy libre y muy interesante.

A cada reflexión y cada participación ella esperaba la de el.
A cada instante y sala del museo, ella se acercaba mas a el, en un vestíbulo de descanso, quedaron a la par, el se sentó en una banca y ella lo pudo ver, el era todo lo contrario que ella veneraba de un hombre, desde la complexión hasta el color de piel y la ropa, todo ajeno para ella.
Se sentó a su lado, y viendo hacia uno de los patios jardín, le dijo.
- Buenas reflexiones.
El contestó un ligero.
- Gracias.

Era la primera vez que ella no veía de un hombre su apellido, su cartera, nariz o color de piel,  automovil, su dirección, cuenta de banco u profesión.
Salió del museo llena de dudas aclaradas y de nuevas interrogantes.
Ella, caminó dos horas a casa, llegó cansada, con hambre y mucha sed.
Desde esa mañana inconsiente miró mas gente a los ojos, escuchó su voz.

Fue una muy buena manera de decidir despertar esa mañana.
Germán Diego.  México.

domingo, 17 de julio de 2016

Las nietas de Pandora

Las nietas de Pandora.
Zara la partera sudaba a chorros empujando bien fuerte el vientre de Celia la hija de enmedio de Rufina la Pandora.
Era el sexto parto exitoso de Celia, la sexta niña.
Unos minutos antes el sexto "marido" de Celia se habia ido, un jornalero que aparentemente buscaba el niño, no la niña.
Ya le habian advertido a Lito el Mar azul que Celia paría puras viejas pero a el le ganaron sus noches de pasión a la orilla del mar.
Quedaron solas puras ellas, la Pandora, Celia, Zara y la recien nacida.
Rufina la Pandora con ese humor cargado de ironía, dolor e inteligencia explotó.
- Se largo el pinche enano del Mar azul, te lo dije hija, ese hombre se iba a rajar si era vieja. Te lo dije.
Zara la partera agregó.
- En cuanto le dije, niña se dio la vuelta y se perdió en la bruma del manglar.
Terminó Rufina
-Nunca entenderé a esos que se dicen muy hombres y cuando su mujer pare una niña se vuelven putos y se van.

Celia ya tenia cinco niñas, la mayor Paola, la segunda Marta, la tercera Patricia, la cuarta Veronica y la quinta Rosa.
Al nacer la sexta niña en un parto difícil y muy tardado Celia no dejó de mirar un viejo calendario con una imágen de la virgen de Guadalupe.
- Se va llamar Lupita, Guadalupe.
Pensó mientras medio desmayada escuchaba entre sueños a sus niñas jugando en la calle.

Paola la mayor una niña casi mujer, responsable, muy inteligente, noble, estricta.
Amaneció vestida de rojo,  solo eso le faltaba el mero día en que su mamá también despertó queriendose aliviar, no se asustó tanto ya que su maestra de secundaria ya les habia hablado en una clase de todo el período que pasa por una mujer en su primera vez de regla.
Marta una niña gordita insufrible, inquieta pero bien invisible, por mas que se hacía notar no podía llenar su propio espacio.
Patricia mucho mas invisible, callada, pasiva, pensativa, noble, posesiva con sus cosas, esa niña era lectora de puro gusto, siempre traía algo que leer.
Veronica, inquieta, cariñosa, dificil, amigable, chillona, siempre sigue a su hermana la mayora.
Rosa era la mas pequeña, la mas mimada y protegida, al hablar chipilona, muy valiente y fuerte, dominante.
Las nietas de Rufina la Pandora ahora eran seis.
Hace cincuenta años, un cura llegó al pueblo, era letrado y muy culto, se podría decir "muy drástico y léxico" conoció a Rufina, una niña muy especial, de muchas personalidades, el padre la rebautizó como "la Pandora" por ser siempre una caja de sorpresas, hija única, de tantas historias y mitos, huerfana del bautizo y de la primera comunión hasta que llegó aquel sacerdote que vió en la pequeña niña, una mujer de esas que nacen cada siglo para cambiar al mundo.
En realidad la sociedad de ese pequeño pueblo costeño todavía no estaba preparada para que una mujer cambiara el mundo o mejor dicho, su mundo.
Rufina, salió de casa de Zara y se sentó en una piedra de amolar en el corredor, siempre empantalonada sacó un puro casero hecho por ella misma y lo prendió de un golpe, mientras fumaba veía a sus nietas jugar a los encantados en plena calle.
De una de las bolsas traseras de su pantalón de gabardina, tomo un libro de cuentos cortos de varios autores, se concentró en la lectura mientras recordaba entre pausas de cambio de página lo feliz de su niñez mientras escuchaba a sus nietas jugar en la calle.
Conocia perfectamente la personalidad de cada una de sus cinco nietas pero le intrigaba mucho la sexta niña y esque a cada una de ellas las amaba por el echo de ver siempre algo o mucho de ella en las chamacas.
Se acercó a ella Paola y directamente le preguntó.
- Abuela ¿Que fué?
Rufina le miró fijamente entre tierna y cansada, feliz y contenta. Respondiendole.
- Niña.
Paola esbozó una sonrisa inocente y sincera, dió media vuelta y dos pasos, pausó todo y regresó con su abuela para decirle.
- Hoy me bajó.

Rufina la miró directamente a los ojos le sonrió y le propinó un enorme y cálido abrazo, mientras recitaba.
- Eres y serás una chingona mija y esto es solo el comienzo de una vida llena de chingaderas y pendejadas pero de pequeños momentos tan felices que la vida valdrá la pena en cada caída y en cada vez que te levantes pero en especial cada que aprendas algo.

Paola lloró y abrazó a su abuela, le dijo que si con la cabeza y se sentó junto a ella.
Marta y patricia peleaban mucho, todo el tiempo,  por cualquier cosa.
A Rufina le divertía muchísimo que esas dos siempre anduvieran de la greña.

Le recordaban esas guerras internas entre ella misma, teniéndose que aguantar y reconciliar todas las noches y mañanas.
Aveces duraba brava con ella misma meses enteros.

Dieron las nueve de la mañana y el hambre hacia alboroto por dentro de los estomaguitos de las niñas, la Pandora corto de un árbol unos guajes y mando a Paola por kilo y medio de tortillas, cortó cinco limones de limonero en casa de sara y en un huaje de seis litros de agua preparó agua de limón bronca, sin azúcar.
Las nietas de la Pandora desayunaron ese día tacos de guajes con sal y agua de limón, las caritas contentas del Veronica y Rosa encendían las nueve y media de la mañana, ya casi dormidas su abuela, su gran amiga les cantó algunas canciones de Cri-cri y quedaron dormidas con con una sonrisa cálida y satisfecha.
El único enigma para Rufina la Pandora fueron siempre los hombres, nunca pudo entenderlos ni descifrarlos, vivia con tantas interrogantes que le era difícil aveces concentrarse en los días y peor en las noches.
Pasaba por enmedio de la calle la una de la tarde, Zara le entregó a su hija y a su nieta, no hubo ni mula, ni carreta ni nada.
A pie se fueron a casa por esa ligera pendiente de calle estéril pisada por pies pequeños  descalzos llenos de nubes y de sueños.
La casa de Celia era parte de un matriarcado muy bien estructurado ya que en un gran terreno en lo alto de una loma bonita donde no se perdían detalle de nada, utilizado como punto de referencia para mucha gente en ese domicilio emanaba la luz de la vida.
Eran las tres de la tarde del hambre, el viento de ese instante se confundía con tantas ganas de muchas cosas, las voces revueltas en forma de murmullos se percibían solo de cerquita, la recién nacida estaba dormida y las mujeres preparaban la comida, un guajolote gordo y joven que Rufina habia escogido para la ocasión.
La vida mas que nunca habitaba esa casa tan llena de abandonos y de falta de fe, la vida ahora, se pasea por el corredor enorme de los sueños de las niñas.
Las seis de la tarde tocó a la puerta en forma de remanso y de terraplén, las tías de las niñas así como llegaron se fueron, simplemente fueron a confirmar la noticia.
Si, fué niña.
A las nueve de la noche, donde pasan tantas cosas en cualquier parte de la humanidad, las cinco niñas dormitaban y dormían en un colchón individual que no era nuevo pero que todavía conservaban el hule de protección que Celía habia decidido dejarle ya que la rosa era bien miona, tanto que aveces hasta de a tres orinadas se echaba dejando bien calientitas a sus demas hermanas.
Rufina la Pandora recostada en la silla mecedora del corredor de su casa, contenta, aliviada, fumando y viendo las estrellas vió a lo lejos una sombra pequeña que poco a poco se acercaba, no agudizó la vista ya que ver sombras a lo lejos era algo común.
La sombra se empezó a hacer figura y hombre, reconoció la silueta y su expreción después de levantarse de la silla mecedora fué.
- Que chingaos...

Se apresuró a llegar a la casa de Celia pero la persona se le adelantó.
Apunto de estallar, alcanzó a ver por la ventana al Mar azul con dos bolsas, habia ido por ropita para bebe rosa, buscó en todo el puerto y le llevó a su hija lo mejor en utencilios para bebe.
En la otra bolsa traía su ropa y sus papeles para desde ahí empezar una nueva vida al lado de Celia.

Flora la Pandora miró a su hija Celia y al Mar azul abrazados observando a Guadalupe.
Germán Diego.
México.

domingo, 10 de julio de 2016

Acapulco

Siempre he visto la ciudad de México como un bello paraíso templado con cultura, tradiciones, actitud, personalidad y vida.

Esa mañana la ciudad era un infierno, si, un infierno frío.

Tenia un trabajo excelente, eso de ser desempleado esta muy de moda, también una bellísima relación de amor y pasional con nadie.

Pero bueno, estoy hablando mucho de mi........

Y de mi no es esta historia.

Irene escuchó de su abuelo desde pequeña muchas historias sorprendentes y mágicas acerca del mar.

Era muy niña y su abuelo paterno la sentaba en sus piernas y le platicaba de sus años como marinero en aquella base naval en pie de la cuesta.

Muchas de las historias giraban alrededor de su abuela paterna, del como se enamoraron en aquel puerto paradisiaco de playas doradas y de magia en cada calle y casa y gente.

El abuelo contaba en una de tantas repeticiones de tarde.

-Era una tarde en el viejo zócalo, la vi, caminaba sin rumbo de la mano de un helado de coco, su cabello quebrado a media espalda era la brisa misma de la bahia, sus pasos descalsos hacian juego perfecto con el par de sandalias colgando de su brazo.

Piel de cobre y ojos de aceituna perdidos en los árboles de mango de mas de cien años, era Mayo, el calor le pegaba su huipil fajado de la cintura con una pañoleta de seda amarilla a cada uno de sus poros, el sudor de su espalda humectaba su cintura y sus caderas se sincronizaban con la marea y el oleaje que se escuchaba bajito a lo lejos.

No me miró, su sonrisa como la brisa me acaricio de lado, el motivo perfecto fué haber derramada sobre mi uniforme de gala esa mirada. Aceitunada, perfumada de parpadeos coquetos, libres, alegres.

Su estampa entera se entrego a la música de fondo de la orquesta de la marina, se paseaba por sus piernas un ritmo sensual, delicioso con ternura y fuerza.

Ahí la conocí, donde la realidad acaba y empiezan los sueños, donde se estrenan sensaciones con aromas a el horizonte del Pacifico.

Pasaron los otoños e Irene sentada en la tumba de sus abuelos recordaba sus histórias.

Llegó a casa y en el altar de muertos se presentaban los mas deliciosos platillos culinarios, mucho mole, arroz, guisados y en un rinconcito un helado de coco.

Ya eran veinte Noviembre de aquella última história que Irene escuchó de su abuelo, otros diez años pasaron y la niña pasó de una adolescencia muy feliz a una juventud repleta de perdidas y periodos, etapas de muchas nadas.

También los años dejaron un fuerte olvido al mar. Las noches pasaron de histórias fantástica y entrañables en ir a dormir cansada pero sin soñar.

En un Marzo.

Las cinco de la mañana y una bruma de humo y neblina inundaban la estación del tren, Irene tenia pensado viajar a ver a sus padres que vivian en Querétaro.

El murmullo de la gente nacía y moría después de  cada paso, las vendímias de atole, café y tamales eran un suspiro de intenciones para dejar de tener esa hambre mañanera.

La mujer se armó de una guajolota y un arroz de leche para llevar comiedo parte del camino.
El bajío al amanecer y en tren es un sueño, Irene recordó tantas mañanas de la mano de su abuela viajando a Querétaro, una paleta de limón y un dulce de chilacayote en conserva.

El sueño y el sibato del tren sorprendieron a Irene.
La estación simplemente no era la de Querétaro, alzó la media mirada y se leía clarito " Buena vista" México.
Las contadas veces que Irene había estado en la capital habian sido muy simplonas, dos veces llegó en autobús y una o dos veces en automóvil, no recordaba, habian sido situaciones muy olvidables.

Irene caminaba por Buena vista y sostenía todavía en su mano derecha un enorme bostezo, fué cuándo justo enfrente de su camino ese enorme cartel con palmeras y una playa de pié de cuesta invitaban a visitar Acapulco.

Irene no conocía el mar.

Salió corriendo de la estación de Buena vista y tomo un taxi.
- ¿En donde salen los autobuses que van para Acapulco?
-- En Taxqueña, contestó el taxista extrañado.

Llegó a la terminal de autobuses de Taxqueña con el deseo en la punta de los dedos de los pies, corriendo la interrumpió un teléfono público.
Llamo a sus padres y les contó donde estaba.
- ¡Me voy para Acapulco!
Los padres de Irene callaron por unos segundos y el padre le contestó.
- Hija, ya estas grandecita, ve y encuentra lo que buscas, tus abuelos me llevaron de niño y fueron buenos momentos.

Irene pidió su boleto y para las Once de la noche salía el autobus con dirección hacia el puerto.

Irene, morena clara, ojos miel y cabello negro azabache, alta de piernas generosas, cuello alto y delgado, muy buena estampa, estudiante trunca de la carrera de derecho internacional, buena cocinando y excelente conversadora, agradable, guapa y muy gris desde hace ya unos años.

No conocía el mar.

Las seis y media de la mañana vestian de cuesta de sol el parque del Veladero.
La mañana arropaba unos veintidos grados centígrados (22°C) y la terminal de la estrella de oro parecia un teatro medio vacío, la gente murmuraba la llegada al puerto turístico mas bello y conocido del mundo.

Irene bajó del autobus como una niña, su mirada era curiosa y muy sorprendida, la terminal de autobuses era una carta fuerte para empezar una nueva historia.

Recordaba de su abuelo la hubicación perfecta del parque Papagayo a unos cientos de metros de ahí.

Como si Acapulco fuera su lugar de residencia, tomo camino por avenida Cuahutemoc dirección Norte, mientras las siete y tantos de la mañana la perseguían con ese calorcito rico de la mañana.

vestida de jeans azules y una blusa gris perla que se quitó para quedar con una camiseta de algodón roja, la mujer llegó a la gran fuente en forma de piñata que adorna la entrada Oriente del parque.
A esa hora hay mucha gente en ropa deportiva, caminando, trotando o haciendo rutinas de acondicionamiento físico.

Era la sombra de un enorme árbol de mango floreando, el mes de Noviembre se estaba acabando y las citas en el parque eran un auténtico día de campo, ella llevaba postres y el algo de tomar y botanas.
En esa ocación el abuelo de Irene llegó tarde, la muchacha esperaba ya veinte minutos en la misma banca, en silencio el se sentó a su lado y le dijo.
- Perdón por llegar tarde.
Ella contestó con una breve sonrisa de no pasa nada.
- No te fijes.
El fué directo.
- Mi padres ya no pueden trabajar la tierra y hace horas recibí un telegráma.

El telegrama breve fué muy difícil de leer para los dos.

"Tu papá muy enfermo, el ganado mal, la cosecha se perdió."

El marinero amaba el mar su carrera de las fuerzas armadas y sobre todo a su novia.
Con la mirada al frente le confió a la mujer.
- Me daré de baja y aunque el mar, la marina y tu son mi vida, tengo que ir a cumplir con mi familia, lo que mando no alcanza y no puedo dejar solos a mis hermanos. Ven conmigo, el bajío es hermoso y contigo ahí lo será más. Quiero que seas mi mujer, ya casi pierdo el mar y mi carrera militar y no te quiero perder.

Irene no dejaba de buscar una banca debajo de un gran árbol de mango.

Eran las nueve de la mañana, Irene se aferraba a una Yoli en embase de vidrio, en la banca tenía unos mangos con salsa búfalo y trocitos de coco con sal de grano y limón, era la misma banca, la misma compañia y el tiempo no pasa, el tiempo sigue.

Irene encontró una salida en la parte Norte del parque, hizo la parada a un taxi bocho blanco con azul y pidió la llevara al zócalo.
Los taxis carácteristicos en Acapulco son bochos sedan pintados de color azul rey con blanco, en realidad son una combinación de colores horrenda pero la gente ya los tienen identificados.

El taxista le preguntó.
- ¿Por la costera o por aquí?
Ella respodió.
- Por donde sea mas rápido.
El taxista no tuvo otra que llevarla por Av. Cuahutemoc ya que a esa hora de la mañana el tráfico es menos pesado de Sur a Norte.

El taxi la dejó en la entrada al viejo ayuntamiento enfrente de la catedral.
A cada paso crecía su emoción.
El zócalo de Acapulco es muy pequeño, los turítas casi no lo visitan, no saben que existe, sus visitantes son locales y visitantes que van a tramitar algunos papeles al H. ayuntamiento.
Hay lugares que se descubren caminando e Irene redescubría Acapulco en cada paso un recuerdo y en cada recuerdo una realidad.
La catedral de Acapulco dedicada a nuestra señora de la soledad, austera, simple, sencilla, blanca, abarrotada de sombras de viejos árboles que la hacen parecer un tanto invisible.
Entró a la catedral con pasos lentos, los rumores de todos los templos del país parecian murmullos y la atmosfera era muy clara, iluminada de la luz de las diez de la mañana.

Irene se sentó en una de las bancas de hasta atrás.

Sus abuelos entraron juntos a la catedral de Acapulco no necesaríamente para escuchar misa de doce, el abuelo sonreía y la abuela tenía una expresión en el rostro muy suave, relajada.
Su abuelo  acentó.
- Es momento perfecto para decirtelo, hoy en la mañana me aceptaron la baja de la Armada de México, tengo días para dejar todo en orden ¿Ya lo pensaste? Quiero que te vallas conmigo, casarme contigo y que me acompañes toda la vida, voy a trabajar muy duro y te juro que regresaremos al puerto.

Su abuela de padre acapulqueño y madre gringa, hija de padres divorciados y con residencia en casa del padre.
La relación con su madre desapareció hace una adolescencia con una distancia del idioma y de país a país.

De padre celoso y un poco machista, tenía algo de liberal pero solo para los hombres.

En una plática de sobre mesa, platicó con su padre.
- Conocí a un marinero, en el zócalo, mmmmm. salgo con el.
- El papá de la abuela siguió mirando el diario y a modo de broma le respondió.
- No vallas a terminar de lanchera hija.
Ella soltó una gran carcajada y la sostuvo por todo el día, hasta que se lo contó al abuelo, el se llevó la sonrisa a la base naval.

Irene recordó esa história y por un segundo pudo ver a sus abuelos tomados de la mano sentados en la que pudo haber sido la misma banca.
Desaforada salió de la catedral y buscó esa nevería donde su abuela encontraba los helados de coco, el calor de las once de la mañana pedía a chorros un delicioso helado de coco.
"Este país nace todas las mañanas a las once am." eran palabras de su abuela a la hora del almuerzo. 

Nunca un helado de coco habia sido tan difícil de encontrar hasta que apareció el letrero de helados-------- .

La abuela de Irene entró a la pequeña terraza en la calle de Coahuila en la colonia Progreso, la cual regalaba una vista panorámica del puerto de Acapulco, su padre por las tardes se sentaba en una silla tejida y disfrutaba de la vista y de las puestas de sol, era un gran acontecimiento familiar ver llegar los cargueros y yates del jetset que navegaban por la bahia.
La mujer se sentó en un banquito y le comentó a su padre.
- Me voy con el, se va a dar de baja y viviremos en el Bajio.
Su padre interrumpió la maravillosa vista del puerto y duramente miró a su hija, con palabras duras le respondió.
- Hija, dios sabe que eres prestada, nunca ibas a vivir aquí conmigo para toda la vida, creo que te eduqué muy bien y si llegó la hora de volar no me opondré, solo con una condición.
Ella miró a su padre como nunca antes y respondió con una mirada, 
- Lo que sea.
Su padre terminó diciendo.
- Quiero que el marinerito venga y el me pida a mi hija como ella se lo merece.

Irene dió tres vueltas al zócalo de Acapulco y como su abuela se acompañó de un delicioso helado de coco con chispas de chocolate de la Michoacana.

Miró a la gente, sus ropas, su forma de caminar, escuchó su manera de hablar y su abuela la porteña, la costeña como mucha gente le decía, la acapulqueña la tomó de la mano como cuado era niña y escuchó lo que nunca, era un sonido relajante pero con mucha fuerza, energía que venía del otro lado de la avenida costera Miguel Alemán.
Instintivamente volteo y acudió al llamado de sus recuerdos de infancia, ese sonido a brisa de mar y a oleaje suave la embriagaba y la poseía, poco a poco abandonó el zócalo y del panorama sombrío de mangos y amates fue  descubriendo de a chupadas de helado de coco el malecón y el puerto mas bello y conocido del mundo.

Irene conoció el mar.
El Malecón de Acapulco a las doce del día es fantástico y exótico, lo dorado de las aguas de su bahía son motivos suficientes para hipnotizar a cualquiera, simplemente es paradisíaco.

Irene no sabia que hacer ni que pensar simplemente echó a reír y soltó en llanto mientras todos sus sentidos estaban llenos de la bahía mas bella del mundo, nunca había escuchado el sonido del mar, solo tenia los relatos de su abuelo y por mas que se quisiera simplemente el sonido del chapaleo de las olas y del viento son en Acapulco espectaculares.
No tenía mas que hacer una mirada panorámica una y otra vez, los colores del mediodía, los sonidos, el aroma a sal, pescado, el aroma a mar, las embarcaciones y la gente de otros países caminando con el sol de sombrero por las diferentes plazoletas y grandes banquetas blancas a un costado de la costera.
El Sotavento, el barco mas famoso y conocido del Acapulco de sus abuelos, se mecía y se paseaba por la bahía, los abuelos de Irene tomados de la mano vestidos con ropa de lino y descalzos  caminaban por el malecón en un iluminado medio día.
Los padres viejos de su abuelo acudieron para pedir a la muchacha del puerto.
Ella, recibió a los señores del Bajío con un gran abrazo de mediodía en playa Condesa.
Los padres de su abuelo fueron al puerto a pedir a una nueva hija con todo un mundo diferente de costumbres y estilo de vida.

Irene tomo rumbo al Fuerte de San Diego, el puente blanco de arquitectura entre mediterránea y latinoamericana  simula un barco haciendo homenaje y recuerdo al Anao de China y al Marqués los mas importantes navíos de todo América latina  que sirvieron de puente comercial entre Asia y América.

Sus pasos eran entre nubes y sueños, a cada momento, instante que Irene respiraba, miraba en la costera de Acapulco ella se maravillaba mucho mas, no podía dejar de enamorarse del mar, de la bahía de su encanto y de los colores, a veces su ojos se perdían en el horizonte del océano y por primera vez en su vida se preguntaba ¿Qué había mas allá?

La casa de la gringa como era conocida en la colonia Progreso parecía esa tarde algo distinta, los vecinos vieron a gente con ropas muy de otro lado y acento distinto, esa tarde el abuelo de Irene en compañía de sus padres fueron a pedir a la acapulqueña hija de la gringa y del costeño, el clic fue mutuo, era el inicio de una verdadera fusión entre dos familias, los bisabuelos de Irene se cayeron muy bien, fue una amistad que les duro todas sus vidas, los casi esposos no podían creer que sus padres se caerían tan de maravilla.

Irene una mujer soltera y entre joven y madura seguía fiel miente los consejos de sus padres y abuelos, no era desconfiada mas bien era muy realista, a cada pretendiente lo trataba como igual, y aunque sufrió algunas decepciones amorosas muy fuertes nunca olvidó el consejo que muy seguido le recitaba su abuela.

“Hija, al hombre al que de verdad ames, a ese si dejalo entrar hasta tus ovarios a dejar fruto”

Decidió caminar toda la costera, no importando el sol ni el calor de esa Primavera, aunque el hambre aterrizaba justo al pasar por “el Buzo” restauran a la orilla del mar donde se pueden comer los platillos de esa zona y de ese lugar, alimentos para todos los paladares.  
Después de unas enchiladas placeras y un vaso de agua de jamaica con un dulce e tamarindo como postre, Irene salio a seguir disfrutando de l playa, se quitó los tenis y toco la arena con sus pies descalzos, el mar parecía una gran laguna, extrañamente no tenía mucha marea y el sonido de su tenue oleaje era muy relajante.

Al seguir por su camino ella fue recogiendo sus fragmentos olvidados con el tiempo,  la orilla del mar regresó a un montón de instantes que estaban revueltos y guardados en lo mas recóndito de sus sentidos, Irene guardo todo en el cofre de sus deseos y decidió ya por fin echarlos a la realidad poco a poco con las llaves de su vida-

Ellas valla que sabia disfrutar esos instantes sola en esos momentos no necesitaba a alguien mas sabia perfectamente que sus abuelos estaban con ella, eran los momentos que le faltaba pasar con ellos por que en realidad uno no necesariamente tiene que estar físicamente con la persona para estar acompañado de ella, lo que si es que un buen y bello recuerdo pegan mucho mas que una compañía a secas.

Las horas siguieron volando por la playa Tamarindos, ella seguía enamorándose y conociéndose con el mar y la bahía, jugaba con la arena e intentaba fabricar castillos de arena con la mente para que las olas del mar los derrumbaran, también construía sueños y proyectos, mágicamente Irene estaba con las horas recobrando la sensibilidad que hace años no tenia, las sensaciones fueron bastas y el éxtasis no terminaría esa tarde.

El crepúsculo se anunciaba con unas nubes naranja y un cielo turquesa lleno de brisa y de un tenue oleaje revuelto con entrañables recuerdos y sueños cumplidos y por realizar, esa tarde casi noche Irene disfruto una de las puestas de sol mas bellas de su vida y muy significativa en las playas de Acapulco.

Hay viajes inesperados donde te puedes reencontrar contigo mismo y con las personas que se han ido y que jamás regresaran mas que en un bonito recuerdo, pero eso no significa que estés solo y menos es un pretexto para que te sientas igual, hay detalles que te regala la vida como continuación a lo que se quedo pendiente y si logras detectarlos y mas que eso disfrutarlos y darles el valor que se merecen, tal vez un instante como ese ya no regrese pero seguro que vendrá, muchos mas, doblemente bellos e intensos por que de lo que se trata la vida es de disfrutarla a cada momento entre penas y contratiempos, amarguras y tropiezos que también te son muy útiles en su momento para disfrutar aún mas y mas de los momentos felices.

Irene después de conocer el mar, regresó al bajío y se recostó en el mismo sillón donde su abuelo le contaba historias y susurrando le dijo.
Abuelo, déjame que te cuente.

Germán Diego. 
México.

domingo, 3 de julio de 2016

Oportunidad

Oportunidad 

Las oportunidades se me terminaron hace mucho tiempo, el hecho fue que la última sucedió hace años y ahora vivo auto exiliado en un lugar donde nunca pensé terminar mi vida. 
Por una semana la fiebre y la tos no cedían, mi peso bajó 10 kilos y cada noche soplaba más el viento dentro de esa casa tan llena de agujeros tanto en paredes como en techos. 
Lo bueno de estar enfermo siempre será que en los sueños deliras con lo que más deseas y son sueños bellos que casi recuerdas a la perfección. 
La cosecha se había perdido por completo, la tierra no perdona una enfermedad pero menos perdona al hombre que la toca sin ganas, sin fe y por sólo sobrevivir, la tierra se siente decepcionada cada vez que tu siembra es para cosechar mediocridad y conformismo. 
Esa madrugada se escuchaba la infinita corriente del río, y la temperatura bajó a más o menos dos cobijas de menos, el catre donde dormía tratando de recuperarme de la influenza rechinaba a cada respiración de mi delirante sueño, era un gran plato de frijoles negros y un tazajo de carne de venado, lo veía de niño tras la ventana donde mi madre cocinaba todos los medios días de su cuarto de vida, mi padre y mi abuelo cosecharon mucho maíz y el molino mecánico para el nixtamal no lo dejaba de girar, me gustaba su sonido como un rechinar y el ritmo de lo circular, la masa caía sobre la batea de madera de donde mis tías hacían unas tortillas gordas y grandes, el delirio era acompañado de mucha sed con el inseparable hablar solo y a veces gritar de desesperación al no saber si morirás a solas en aquella cabaña de techo a pedazos de estrellas y paredes de ocaso y amaneceres todos diferentes y todos a horas distintas todo del año. 
Algunos coyotes de campo olieron mi muerte a kilómetros y rondaban la zona haciendo guardias de noches enteras bajo un árbol de tule repleto de zanates y palomas que dejaban caer todo el tiempo montones de buena suerte que casi nadie aprovechaba. 
Pasaban los minutos y con ellos mi cabeza al punto de explotar rodaba por otro delirio donde extrañaba a mi abuela, ella caminaba por la sierra tomándome de la mano, platicándome como toda esta naturaleza es y será siempre nuestra madre, Los gritos pudieron haber sido audibles algunos metros a la redonda pero solo los coyotes y las piedras escucharon, Los coyotes asustados de mis gritos se alejaron con sigilo, con desconcierto y desconsuelo. 
Comenzaba la danza de la madrugada y la mañana con un llanto de rocío que caía en el suelo de tierra roja como la pasión dormida de la amargura se humedecia en ciertas partes y en otras había una celosa resequedad pasiva que sólo esperaba sudor y a veces mis lágrimas. 
Tuve las fuerzas de abrir los ojos unos segundos y vi como nunca mi soledad que cubría cientos de metros a la redonda, me desmayé por la fiebre unas horas más, esperando con el inconsciente ya no despertar más y descansar en paz, después a las horas me arrepentí ya que no hubiera sido digno morir así de fácil y de miedo. 
Intenté levantarme cuando el sol marcaba el medio día, el frío mordía mis huesos y caí de un solo azotón en el piso, mareado del golpe y de la temperatura busque con los sentidos que me quedaban el balde con agua zarca que para ese instante tenía parásitos y larvas de zancudo. 
Pasaron más horas y la noche parecía ser una de las más espectaculares de mi vida, siempre que rayas la muerte todo te parece extraordinario, habrí los ojos y mi mirada era borrosa, logré enfocar y sin más me puse a contar las estrellas que se veían a través del hueco enorme del techo, perdí la cuenta cuando unas nubes de principio de lluvia se posaron entre las estrellas, el hueco en el techo y yo, cerré los ojos de fatiga, Los sentí con un ardor que lastimaba lo profundo del sueño. 
A media noche soñé pasos y resuellos, soñé la respiración de los coyotes cerca de mi cuello, intenté sin éxito alcanzar la suficiente conciencia para entre abrir los ojos, no me alcanzó y seguí con esa fiebre que sentía me mordía las entrañas y con una lluvia tan intensa que no se si la oía o la soñaba. 
Ahí creí entender como los coyotes me comían medio vivo y medio muerto. 
Cuando respiras y es lo único que te alimenta, presientes tu respiración, la imaginas libre entre sueños. 
Los dos días subsecuentes fueron una obra de reciclaje humano y burdo, sentia mi consciencia y me daba miedo despertar mutilado por el hambre de los carroñeros, mecánicamente desperté exaltado y gritando de dolor, la choza apestaba raro, vi que no había sangre y mi integridad física estaba intacta excepto por otros diez kilos perdidos, un tronco de pino a lado de mi cama medio sostenía una lata frijoles con agua fresca de lluvia, pasaron más de mil minutos y yo mirando mi inmundicia, pensando, un tanto decepcionado de la muerte, preguntándome porque seguir viviendo así. 
Las madrugada era fría, me tumbo un sueño de esos que sólo dan cuando la necesidad de dormir es más fuerte que la de morir. 
Cansado de amanecer una vez más descubrí cosas distintas, no me sentía tan enfermo y solo tenia mucha sed, mucha hambre y un montón de dolores en mi piel por tantos días de estar ahí, acostado, es esa fuerza sobre humana de supervivencia la que te hace renacer todas las mañanas,  no tienes tiempo a deprimirte ni mucho menos a compadecerte, la única necesidad que dejas entrar por tu vida es el instinto de buscar algo que no te quito la vida. 
Me extrañó no ver huecos en el techo y una frazada verde cubriéndome. 
Las ocho de la mañana giraban con mucho frío y el sol recién se asomaba tras de la serranía, salí como pude a la puerta y vi a lo lejos unas siluetas verdes, escuche el grito que no comprendí pero que por dios, valla que me dio gusto ver personas, el grito fue uno y hubo un murmullo entre ellos hasta que el líder dejo algo y todos se cuadraron. 
Está vivo el cabrón, no lo puedo creer. 
¿Vivió? 
Si, no lo vez ahí, en la puerta. 
Ya lo vi, la libró. 
La voz fue suave y con autoridad. 
Ya lo vieron, ahora actúen, déjense de relajo, carajos, no sean malagradecidos. 
Todos callaron unos segundos y solo algunos respondieron. 
Si mi comandante. 
Era una brigada de militares que se acercaban ruidosamente en medio del malogrado sembrado de maíz, sus botas hacían crujir algunas espigas y cañas que cayeron, aún así la tierra estaba muy húmeda y nunca recordé si llovía o no, fueron muchos días entre la vida y la muerte. 
Hubo un instante en que el pánico me invadió, no sabía que intenciones ni que motivos tenían hacia mi, estaban armados pero su mensaje corporal era relajado y contento, la tropa se acercó primero y bromearon de forma sarcástica. 
¿Cómo te llamas? 
Pensamos que te veníamos a enterrar. 
Si que tienes suerte. 
Vinieron algunos que no creyeron la historia. 
El comandante, un teniente coronel de clase y transmisiones se acercó y corroboró  todo lo que le había contado la patrulla de avanzada en aquellas maniobras militares del ejército, me miraba con curiosidad y caminando con pazo marcial recorrió el alrededor de mi casa con la manos atrás, yo pensé que era general y le dije. 
¿Es uste general? 
Me miró con cierta condescendencia y me respondió con una sonrisa y con otra pregunta. 
No,  no soy general todavía ¿porqué la pregunta? 
Le respondí 
Mi abuela, siempre me decía “Los generales caminan derechitos y con paso lento, siempre con las manos atrás. 
El comandante soltó una carcajada y siguió mirando curioso los alrededores de la casa. 
-¿Me invitas a pasar? 
Me pregunto cortésmente, le acenté con la cabeza y entramos a la casa. 
Difícilmente mi mundo no podía dar lastima, la miniatura de cabaña, choza era más que sobrada para mi, te iba lo justo y el comandante se sentó en un tronco que alguien utilizo como mesa de centro, me senté en el piso de tierra y esperé paciente las demás reacciones del militar, el teniente coronel miraba sorprendido todo una y otra vez, de pronto un silencio con tintes de respiración profunda y empezó a hablar. 
No les creí nada a esos cabrones, y es que uno siempre espera mentiras o historias pendejas pero nunca un milagro de vida, uno como militar no está acostumbrado a esas historias porque la supervivencia no es divina,  es humana, y ahora tuve que venir a darme cuenta por mi mismo que los milagros existen. 
Decidí  callar porque lo que no entiendo mejor lo escucho y lo aprendo, y por otro lado no me valla a mandar fusilar este cabrón si digo alguna idiotez. 
El comandante siguió su discurso con esa voz que sólo sale cuando vez la verdad por ti mismo. 
Nunca creí en toda mi vida ver y decir esto. 
Me miró con un poco de gusto y me dijo. 
Te vez bien de la chantada, si no te estuviera viendo ya hubiera mandado arrestar a estos soldados pero tampoco les voy a dar una medalla, quedará como algo que se tendrá que contar y contar hasta que las personas te dejen de creer. 
Sin levantarse dio un grito enérgico y seco. 
¡Cabo! 
Escuché  medio entre sonidos golpeteo y pasos apresurados. 
El Cabo entro a paso veloz y se cuadró frente a su comandante mientras el oficial ordenó. 
Descanse, Cabo, tal parece nuestro anfitrión no entiende una chingada de lo que le estoy platicando,  es hora de que usted le cuente como sobrevivieron, sea claro y breve,  no se nos valla a morir este hombre de la impresión. 
El Cabo sacó de la bolsa derecha de su pantalón un chocolate en barra y me lo aventó. 
Era tu postre pero voy a no ser tan breve entonces, mmmm, mi Comandante, la tropa ya está haciendo el rancho y le están remendado algunas cosas de la vivienda a este amigo, le pido su permiso para empezar. 
El comandante asentó con la cabeza y el cabo fue a los hechos. 
Estuvimos perdidos varios días, sin agua ni comida, las raciones que nos dan en maniobras militares se ajustan a situaciones reales, esta zona agreste y reseca, fría esta,  más bien, no está en los mapas, hace años la están peleando tres Estados del país, seguimos un río casi seco, pero con la horas empezó a caer una lluvia muy dura, el río comenzó a crecer y nos fuimos a la orilla, con lo oscuro de la noche y lo fuerte de la lluvia no vimos que estábamos en una zona baja y no había forma de subir, corrimos lo más rápido que pudimos, la lámpara apenas alumbraba a dos metros y solo veíamos la lluvia como cascada y el rugir del río a lo lejos como nos amenazaba en crecer, fue cuando en medio de todo eso, escuchamos todos el sonido de algo, sonaba como un rechinido en un principio creíamos que era algún fiero movido por el agua pero  cuando empezó a ser más claro, casi todos lo identificamos como  un molino mecánico con el que se muele el maíz de forma rústica y mecánica, seguimos el sonido y por más que intentamos orientarnos solo el sonido nos guiaba, oímos voces de niños y mujeres a lo lejos pero no vimos más que lluvia, caminamos horas y la lluvia era todavía más fuerte, ya no estábamos en en el lecho del río y habíamos alcanzado un lugar alto,  intentamos refugiarnos entre los árboles y solo conseguimos perdér minutos valiosos,  estoy seguro que nos guiaba el instinto pero por otro lado todos escuchamos voces y ese molino, seguimos caminando y estábamos agotados, mojados y hambrientos, le dije a mi equipo que buscaríamos algo, total esos sonidos a ciegas nos sacaron del lecho del río a punto de crecer y ahí seguimos más por fe que por  supervivencia, al punto de reventar y de darnos a vencer, un soldado alcanzó  a ver una pequeña luz muy a lo lejos, al unísono gritamos, vamos a la luz, andenle cabrones, vamos a donde se ve la luz, fácil caminamos una hora y la luz seguía ahí con una particularidad era más tenue pero con mayor tamaño,  momentáneamente no sabíamos que hacer,  como sea seguimos caminando y la lluvia era igual de intensa, llenos de miedo y de muchas ganas de descubrir que era esa luz a unos cuantos metros vimos tu casa, el impulso fue correr, y simplemente la alegría nos hizo caminar firmemente,  la luz salía de aquí mismo, todos lo vimos, eramos ocho, Tres estudiantes de la escuela de clase y transmisiones, dos soldados rasos, un enfermero militar y yo, podrás entender que no íbamos a tocar a la puerta, entramos a la viva México y todo estaba oscuro, había muchas goteras pero había lugares donde no caía al agua,  pensamos que tu casa estaba vacía, un poco a tientas unos segundos nos hubicamos, después sacamos nuestras lámparas y te vimos, estabas ahí, acostado, con esa cobija hecha hilos y nunca se nos ocurrió ver más, solo pensamos que habías apagado la luz y te habías hecho el dormido, solo que algo no checaba, yo entré al último y hasta el último momento vi la luz encendida y el primero en entrar, el enfermero militar asegura que al entrar todo estaba a oscuras, descansamos un rato ahí botados en el piso, nos quitamos el uniforme para exprimirlo y es que la temperatura aquí dentro esa madrugada era más alta, con el uniforme húmedo, de las mochilas sacamos las frazadas medio secas y nos juntamos en dos grupos e intentamos no mojarnos por las goteras, en un poco de silencio escuchamos que susurrabas “abuelita” varias veces,  también afirmabas que la masa ya estaba molida, el enfermero nos advirtió que posiblemente estabas delirando, se acercó y te tocó la frente, dijo, “este cuate esta ardiendo en fiebre” en un poco de agua de lluvia que recogió de la última lata de frijoles te disolvió antibiótico y paracetamol, te revisó unas dos veces más hasta hasta que le ganó el cansancio y el agotamiento y se durmió, todos entre sueños te oímos seguir delirando, lo que nos dio un poco de miedo al principio es que delirabas los ruidos muy parecidos a lo que escuchábamos y seguías girando el molino mecánico haciendo en niscome. 
A las cuatro y media de la madrugada estábamos todos dormidos, seguía lloviendo y lloviendo, el caer del agua nos arrullaba, decidimos que cada determinado tiempo sacaríamos el agua en esos baldes de fierro galvanizado, la mañana llegó y el aguacero estaba igual, a ti se te había bajado la fiebre un poco, ya no delirabas tanto, solo susurrabas, todos y cada uno de los que sacamos el agua de las goteras en los baldes aseguramos sentir una temperatura muy baja afuera, adentro de tu casa había unos veinticinco grados centígrados, al salír siempre regresabamos tan rápido como podíamos, a media mañana amainó un poco la lluvia y ordené a las soldados intentar tapar algunas goteras, trabajamos con lo que tenemos y ser militar nos da la ventaja de que de la nada lo hacemos todo, a la una de la tarde como lo notaste ya no había goteras en el techo, nos refujiamos de nuevo otras dos horas y las tripas nos gruñian del hambre, salieron a buscar algo de comer, lo que fuera, y regresaron con huevos de gallina que encontraron en un árbol, nunca vieron a las gallinas por que de ser así seguirito las hubiéramos hecho caldo. 
Lo miré extrañado y con medio chocolate en el estómago y le dije al Cabo. 
No tengo gallinas ponedoras, estoy lejos de todo y no tengo vecinos cerca, perdón  por interrumpir,  quería aclarar. 
El cabo miró al Comandante todavía más sorprendido, y pidió permiso con la mirada para continuar, el comandante le contestó  a señas de igual manera. 
Bueno como sea, en tu hornilla hicimos como pudimos huevos con frijoles, así,  a lo bronco, sin sal, sin aceite, era casi la docena de huevos y nos supieron a gloria, nomas nos faltaron las tortillas que delirabas que te hacía tu mamá, perdona pero no pudimos evitar escuchar tus delirios, después de medio comer, arreció nuevamente el agua,  la tarde empezaba a hacerse noche, al oscurecer nos ganó el sueño, el enfermero te seguía dando antibiótico y paracetamol, por más que intentamos no dimos como hacer que comieran, uno de los de clase y transmisiones te zarandeó y ni así despertarte,  estabas como en trance así que decidimos dejarte un poco de lo que sobró por si despertabas. La noche volvió a pasar y fue mejor,  sin goteras y sin frío,  nuestras ropas se sacaron y estábamos esperando a que cesará el agua para volver a continuar,  toda la segunda noche llovió y tomamos la decisión de salir temprano, con luz de día, la siguiente mañana aminoró la lluvia y era solo una llovizna,  salimos de tu casa y tu casi no tenias temperatura, parecía que estabas mejor,  decidimos regresar algún día  a ver si habías sobrevivido pero. 
El Comandante interrumpió. 
Aquí entro yo, la verdad estaba muy nervioso y molesto, una patrulla de avanzada de reconocimiento del terreno con estudiantes,  soldados y un enfermero no aparecían, para colmo se presentó una lluvia de dos días en una zona poco explorada, Los hombres de avanzada tiene mucha experiencia en supervivencia y eso me daba esperanzas de que estuvieran vivos pero aún así mi responsabilidad sobre aquellos hombres me estaba estresando, mandamos algunos grupos a buscarlos pero la zona es muy difícil y ni pensar en helicópteros porque la visibilidad desde el aire es muy mala, la maniobras militares continuaron y mi patrulla de reconocimiento nomas no aparecía, casi al punto de dar parte, esta patrulla apareció de la nada, todos ellos se veían bien fregados pero traían un brillo en los ojos muy especial, al recortarse contaron todos la misma historia que en realidad no creí mucho,  estaba muy enojado y creí que el grupo entero había inventado la historia para zafarse del arresto, lo único que si creía fueron las condiciones del tiempo,  la patrulla se perdió y les toco estar en medio de muchas situaciones difíciles al mismo tiempo, la verdad al verte y al mirar las condiciones en que estas, tu casa y los alrrededores entendí muy bien que no se trataba de una mentira. Lo curioso refieren ellos, bueno, dejaré que el Cabo te diga algunas cosas más. 
El Cabo hizo una pausa y respiro como un suspiro de ni el mismo creer si no lo hubiera visto. 
Como podrás saber muy bien tu casa no es muy visible a lo lejos por el como esta situada siendo el centro de algo, vaya me refiero a que nunca pudimos ver una luz desde los alrrededores y menos que nos pudiera guiar y terminar siendo tu casa, dimos tres vueltas al terreno antes de regresar y es imposible, salimos a una vereda que supongo tu caminas seguido y no la reconocimos ya que la lluvia que caía cuando encontramos tu casa no nos permitía ver muchas cosas, que francamente si no las hubiera visto sin lluvia no las creería, no recuerdo hacer esfuerzo de subir y bajar cañadas, coincidimos todos en la patrulla que el camino fue muy plano, sin subidas ni bajadas, nunca hicimos el esfuerzo de subir algo y menos de bajar o caer, ha lugares a unos dos kilómetros de aquí que son muy peligrosos, demasiadas rocas y ramales del río crecido, arrollos y muchos árboles, no se pudo ver la luz desde donde la vimos y lo que duramos caminando. 
Mucho de lo que escuchaba tenía sentido para mi, lo había delirado y recordaba pedazos de todo, fui armando todo y fue donde no podía creer algunas cosas pero eran ocho soldados los que lo decían, hombres, personas que también estuvieron al borde de la misma muerte, al borde de la vida y eso era suficiente para mi, un hombre que sabe que tiene las horas contadas nunca miente. 
Sabía que tenía que decir algo, esos hombres no podían irse sin darles las gracias, me levante y los miré con gratitud y les dije lo que en esos momentos me salió del alma. 
Estos años he vivido solo en este lugar congelado por el tiempo, hace semanas se me vino todo al suelo, mi cosecha se echo a perder por la sequía, mi salud se deterioró por el hambre y la desolación, debí intuir ese día en que el tipo estornudo en la cabecera municipal, bueno como sea, caí en desgracia y solo se por lo que me cuentan que ellos me salvaron la vida y les viviré agradecido toda mi vida, la mera verdad no recuerdo más que mis delirios y siento que mis recuerdos estuvieron cerca, señor Comandante,  si me lo permite quisiera agradecer a cada uno de los ocho soldados que vieron por mi y me curaron y me cobijarse en mi desamparo, Los acontecimientos que pasaron fuera y dentro de mi casa son obra de que para mi son unos héroes. 
El Comandante y el Cabo quedaron boquiabiertos, nunca se imaginaron una respuesta tan humana y tan agradecida, afuera de la casa se oían martilladas y movimiento de aquí para acá,  de arriba hacia abajo, el comandante se levantó y me dio dos palmadas en la espaldas y sin decir más que con su respiración “salgamos de aquí “ 
Salimos y el corredor estaba limpio, barrido, Los elementos del ejército mexicano estaban algunos cocinando en una fogata improvisada, era carne asada y algunas verduras, agua de limón, dulces de conservas que habían guardado de sus ranchos para llevármelos, el enfermero militar les comentó que si yo estuviera vivo necesitaría calorías. 
Ya pasaron años de ese capítulo en mi vida, los soldados supongo están bien, no volví a saber de ellos, ese día llevaron algo de jitomates y cebollas, también aguacates y limones. Algunos jitomates se pudieron y los sembré por ahí,  nacieron al igual que los huesos de aguacate y las colas de cebolla, Los limones ahora son limoneros y llevo algunas cosechas de lo que sembré a vender a los pueblos de la región, no utilizo fertilizantes ni plaguicidas, aveces cómo carne, hice trueque para recibir algunas gallinas ponedoras y sembré un roble para que anidaran, no volví a sembrar maíz pero lo consigo en trueque por algunos productos con vecinos, me conseguí un molino de maíz de esos mecánicos que muelen girando la manivela como el que deliré esas noches, mi casa ya no tiene goteras y si lo que le hice fueron varias ventanas rústicas para que en mi desayuno,  comida y cena los pueda acompañar con los rayos del sol y de la luna. 
Todos los días amanezco agradecido de la vida, creí que las oportunidades se me habían acabado y hoy vivo seguro que todos los días son de nuevas oportunidades y las noches también, aveces no tenemos el coraje de reconocer que la vida es descansar plácidamente y trabajar muy duro y las prisas y desesperansas nada más nos agotan, nos obligamos a creer que la vida es contra reloj cuando en realidad es siempre a favor de nosotros mismos. 

Germán Diego. 
México.